jueves, 9 de junio de 2011

Iniciando "Contraluz" o en busca del “DT” perdido

Esta entrada de blog es diferente a otras intervenciones mías en él, principalmente porque no se trata de plasmar mis impresiones al final de un libro de Pynchon, sino de explicar lo que siento al iniciarlo.

Y hay varias razones para salirme de esa línea bloggera que ha caracterizado mis comentarios sobre” Vineland” o “La subasta del lote 49”; Una de ellas es la inmejorable (para que intentarlo) entrada realizada por el gran José Luis Amores quien sí que ha finalizado el libro y hablará (y no solo por eso) con muchísimo más conocimiento de causa que yo. Otra y no menos importante es que, en solo unas 100 páginas de esta monumental obra, Pynchon me ha vuelto a recordar porque me gusta tanto. Y la última y quizá más importante es darle una oportunidad a las sensaciones que produce Pynchon al inicio de un libro, cuando éstas aún están frescas.

Varios meses han pasado desde que me regalaran este libro por mi último cumpleaños. Como el sibarita que guarda un buen vino para una ocasión especial, o el amante que no quiere ir demasiado rápido con su reciente conquista, la lectura de contraluz se veía prorrogada una y otra vez en esos impases tan dulces de elección de la siguiente lectura a la que todos los aficionados a la literatura llegamos tras leer el (en ese momento) “último” libro.

¿Y la espera ha valido la pena…? Si, la espera, y me atrevería a decir que la elección del momento perfecto, ha valido la pena.

De nuevo Pynchon da una lección de originalidad innegable, de una grotesca facilidad para ser capaz de sorprender con flechas a traición dirigidas hacia nuestros rincones perceptivos más oscuros… De nuevo Pynchon saca a relucir su “DT”, tal y como explicaba en la entrada de “la subasta…” su “Delirium tremens” en un “Diferencial de Tiempo”. Incluso se atreve a definir ese Delirium:

Pg. 60: - “Delirium significa literalmente salirse del surco que uno ha estado arando.”

Pynchon consigue una y otra vez poner ante tus ojos alguna treta literaria que debe ser equivalente a ser testigo de alguna elaborada e impecable broma (la sensación que debe producir, me refiero). Pynchon frota las cosas sencillas, simples, pequeñas, diferenciales y les saca un brillo absurdo y sorprendente que no deberían tener, las convierte en trascendentales y las dota de genialidad.

Pg. 49: “- Por favor Re –le reprendió el Profesor-, hemos venido a hablar de electromagnetismo, no de política”

Una característica de este autor que sería un crimen no mencionar en esta entrada que habla de la entrada (valga la redundancia) a esta novela es su ¿manía? de empezar suave, de una manera agradable, de una manera, por llamarlo de alguna manera “normal”. Metafóricamente, como una línea que sigue una trayectoria completamente recta, esa línea que autores más convencionales siguen a rajatabla, sin abandonarla, de principio a fin de sus libros y en todos y cada uno de ellos, pero en un libro de pynchon, al cabo de pocas páginas, algo indefinible ocurre… algo así como un “Luke, noto una perturbación en la fuerza”, un pequeño desvío de esa línea que avisa a quién no conozca a Pynchon y hace salivar ansiosos a los que ya le conocemos. Y unas páginas más adelante empieza el delirio, al igual que en Vineland de repente el foco de la pluma del autor, que parecía se centraba en Zoyd Wheleer, se desvía hacia su hija Praire y de ahí de un protagonista a otro, de una historia a cual más inverosímil a otra, al igual que en “La subasta…” el delirio llegaba a cotas insospechadas con “la tragedia del correo” aquí Thomas nos hace creer que estamos ante una historia de aventuras de un (al parecer) conocido grupo de aventureros llamados “los chicos del azar” cuando de repente empieza a dejar su inimitable sello dando un giro hacia la historia Pynchonania de un hasta entonces desconocido Lew Basnight y, desde ese momento, empieza el delirio, empieza el “DT”.

Cuando leo a Pynchon, no puedo evitar acordarme de esos caracteres dibujados de forma extraña para verificar la autenticidad en la red y evitar suplantaciones de identidad o acciones automáticas de máquinas; el llamado código Captcha.



Si existiera algo equivalente en la literatura, podría pasar que escritores multitudinarios: Follets, Gordons, Nevilles y un largo etc no pasaran un test de autenticidad, que se descubriera que sus obras están escritas por ayudantes o por máquinas siguiendo una serie de pautas. No podría existir algo así para Thomas Pynchon, su narrativa y su inventiva le hace imposible de suplantar aunque, curiosamente, es el autor más anónimo conocido. No…, si existiera un código Captcha de la literatura, no se podría aplicar a pynchon, porque la misma obra de Pynchon sería un código Captcha de autenticidad.

Pg. 66: “Pese a su juventud, se decía que daba la impresión de ser capaz de acceder a recursos que excedían de sus posibilidades, de sentirse cómodo moviéndose en la sombra, de carecer totalmente de principios, y de mostrar un desprecio inflexible por cualquier distinción entre vida y muerte. Enviarlo a América parecía apropiado.”

¿Sería necesario alargar más una entrada sobre el inicio de un libro…? Creo que no… Ha llegado la hora de seguir leyendo, de seguir disfrutando del “DT” de Thomas Pynchon.